Generalmente se contempla el estrés como una reacción que rompe el equilibrio del organismo causando problemas como cuadros de ansiedad. Algunos autores hacen alusión a la violencia física o sexual como principales estresores. Sin embargo, los eventos estresantes de los que hablamos con cotidianidad raramente se acercan a esas temáticas, sino que más bien se trata de estresores de tipo psicológico.
Cuando ocurren eventos estresantes, la activación suele interpretarse como algo indeseable, haciendo que los recursos personales disponibles sean evaluados como escasos para hacer frente al problema; propiciando que la respuesta resulte desadaptativa. No obstante, si se modifica la interpretación de los eventos estresantes, la percepción de los recursos podría verse también modificada, haciendo que las respuestas conductuales y fisiológicas sean más adecuadas.
De hecho, la capacidad de reevaluar la activación fisiológica puede contribuir a hacer frente a la situación, tanto física como psicológicamente, sin llegar necesariamente al agotamiento, ni realizar grandes esfuerzos; esto es, la reevaluación positiva del evento puede dotar al cuerpo de energía para que éste rinda con el mínimo coste físico y mental
Asimismo, las investigaciones clásicas y recientes sobre el estrés con frecuencia utilizan estresores como la violencia extrema, es decir, situaciones que no se experimentan con normalidad o que, en principio, no suponen estresores cotidianos. Este hecho unido a la correlación existente entre padecer estrés, o pensar que afecta a la salud, y el desarrollo de problemas físicos, mentales y la muerte prematura, posiblemente han contribuido a perpetuar la visión negativa del estrés. En esta misma línea, la activación ante el estrés se ha relacionado con la ansiedad, las enfermedades cardiovasculares o la depresión del sistema inmunitario, reforzando su concepción en términos negativos.
La amígdala es la estructura cerebral encargada de percibir el evento estresante, así como de crear aprendizaje y recuerdos sobre ello. Cuando el estrés se cronifica, comienza la irritabilidad y la activación de la amígdala, además de liberarse corticotropina. Esta hormona, media en la respuesta al estrés y en la secreción de cortisol, que suprime la respuesta inmune. Es por ello que el organismo dispone de menos recursos para hacer frente a bacterias y virus, y se produce sintomatología somática (respuestas corporales).
Cuando la actividad del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) aumenta, se estimula la liberación de sustancias como el cortisol, procedente de la corteza adrenal. Esta irritabilidad de la que hablamos, se ha asociado con adicción a ciertas drogas, el desarrollo de diabetes, enfermedades del corazón y depresión.
Sin embargo, estas consecuencias se derivan del padecimiento del estrés de forma crónica. Si el evento estresante cesa, la amígdala dejará de estar hiperactivada y la secreción de hormonas del estrés será en cantidades adecuadas. Cabe mencionar que las hormonas del estrés no son, necesariamente, negativas. De hecho, la oxitocina, que no es sino una hormona del estrés, favorece los procesos de socialización y de búsqueda de ayuda, llegándosela a denominar “la hormona del amor”.
Existen posturas encontradas acerca del papel que puede juega la activación corporal ante el estrés. Algunos autores lo consideran como el resultado indeseable del estrés que debe ser reducido, mientras que para otros autores se trata de una herramienta que puede ayudar a mejorar el rendimiento de los individuos.
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